Cuando La Enfermedad Es Un Juego
Hace unos días estuve en la casa de un gran amigo y noté algo que me llamó mucho lo atención, le pregunté por su único hijo Juan camilo, y me dio la respuesta que me ha dado cada vez que he ido a visitarlo, “Está en su cuarto jugando Play”. Ahora que hago memoria, debo concluir que a Juan Camilo, lo conocí hasta su fiesta de cumpleaños número 6. Ese día, era realmente el centro de atención. Todos felicitaban a sus padres, por la excelente representación teatral, que había hecho Juan camilo, el fin de semana anterior en el Colegio, era el espectáculo de fin de año, y él, había sido la estrella central. Y para rematar la tarde de júbilo para sus padres, Juan Camilo concluyó su fiesta de cumpleaños con acordeón en pecho, después de una estruendosa presentación de su padre cuál maestro de ceremonia, para que exhibiera sus adelantos musicales. Interpretó dos tonadas de la canción que ya podía digitar, la famosa “Piña Madura”. Sin embargo en ese cumpleaños, también encontraría un regalo que le cambiaría la vida y que permitiría, que todos los que lo conocíamos, dejáramos de conocerlo. Se trataba de su primer Play Station.
Pues hoy de 9 años, lo que conozco de él, es que es un ente autómata, sin familia, sin responsabilidades, cuyo único y verdadero dios, son los juegos de video. Con Juan Camilo, después de los 6 años, nunca más conversé, y en las ocasiones en que su familia nos visita, las únicas expresiones que le reconozco al niño, son “tienes una computadora con Internet”, ó “me puedes prestar tu portátil” y allí pasa todo su tiempo.
Hoy, la energía y desparpajo que exhibía Juan Camilo en sus 6 años, es historia. El sedentarismo se adueño de él, y solo encuentra fundamento en su vida, sentado al frente de su Play en sus largas jornadas de aislamiento. No le interesa el deporte, los juegos en la calle con otros niños, dejó las clases de acordeón y la bici, fue regalada al portero del conjunto donde viven, completamente atrapada por el oxido del poco uso. Amigos, tiene pocos, y los que tiene, como él, son adictos a los videojuegos. Se turnan las casas los fines de semana, y siempre la rutina es igual: En frente de una pantalla y con un control en sus manos, que por cierto, lucen llenas de callos en sus dedos de tanto presionar botones. De vez en cuando entre ellos, tienen juegos de violento contacto físico, quizá representado los roles de los personajes de sus juegos, debido a que poco se tiene en cuenta por parte de los padres, la clasificación de los juegos que adquieren para sus hijos.
Lo que le ocurría a Juan Camilo me hizo pensar un poco en mi infancia, en como me divertía. Recuerdo, que una de mis principales preocupaciones, era que mis amigos de la cuadra, no me ganaran las canicas ó bolitas de cristal, en los acostumbrados enfrentamientos que sosteníamos casi todas las tardes debajo del viejo palo de mango que existe aún, en el parque del Barrio. Aunque para desgracia de los jugadores actuales ya el terreno está pavimentado. En realidad no era muy bueno con la puntería, pero les confieso que la mayor parte del tiempo me mantenía con un gran calcetín de fútbol, que le sustraía a uno de mis tíos, cargado de canicas en los bolsillos. Por lo tanto, me reconocían en el barrio, como portador seguro de material de guerra, es decir, de canicas que ganar… sin comprar. Allí estaba el pequeño detalle, mientras la mayoría de mis amigos andaban con los bolsillos atiborrados de canicas raspadas, viejas en extremo, las mías siempre eran nuevecitas, lo que se constituía en una verdadera deshonra, pues era notorio que no tenía canicas viejas, porque sencillamente, nunca ganaba a mis contendores, y siempre nuevas, porque mi amada y recordada abuela, patrocinaba a su nieto querido en su obsesión por ser un diestro ganador de canicas. Algo que nunca conseguí, y que justificó, el paso al trompo. Pero esa incursión duró solo siete días, término en el cuál, tratando de tomarlo en la uña, sin saberlo bailar aun en la tierra, le di a mi hermana un trompazo en la cabeza, que la valió para tres puntos, y no precisamente de los que se acumulan para ganar competencias, de sutura claro está, y por supuesto, el decomiso de por vida del trompo por parte de mis padres.
Como olvidar el carro de juguete alado por una pita, acompañado de increíbles historias que me inventaba para dar vueltas a la manzana. También me recuerdo tirado en el piso fastidiando a mi mamá con el sonido chillón que desprendía las distintas personalidades y tonos de voz, de vaqueros e indios, mientras libraban cruentas batallas guiadas por mis manos con los muñequitos de rigor. No faltó en mi niñez, juegos como el escondido, el de tumbar las tapas de gaseosas con una bola de caucho y salir corriendo todo el equipo para no dejarse pegar con la bola, mientras trataban de montar cada una de las tapas, una sobre otra. Ó ese en el que se colocan dos niños en dos extremos y muchos otros en la mitad, a no dejarse tocar por una bola que se tiran los de los extremos, y gana el que quede de último sin ser tocado por la pelota. Así mismo en mi época practicamos muchas disciplinas deportivas, tales como fútbol, béisbol, básquet, voleibol, natación, tenis de mesa, y que decir de la bicicleta, testigo perenne de las más increíbles aventuras. En fin, ahora que hago memoria, encuentro que teníamos una infinidad de juegos divertidos, que invitaban a la interacción con los amigos, y a tener un estado físico envidiable, por todo el deporte que practicábamos.
En realidad no busco concientizar a las personas para que sigan practicando este tipo de recreación que acabo de describir. Comprendo que la tecnología y la calidad de recreación para los niños en estos nuevos tiempos, más que buena, luce mágica. Sólo intento hacer a través de este parangón entre presente y pasado, la transmisión de una alerta, sobre los graves peligros de salud pública que se esconden detrás de todos estos juegos electrónicos, que nos tienen robados a nuestros niños.
Tampoco es una cátedra contra los videojuegos, pues no pienso que sean totalmente perjudiciales, por el contrario, pienso que juegos ocasionales, pueden reforzar los lazos familiares, que de igual manera sirven para ejercitar la mente, logran ayudar a la coordinación motriz, y así mismo, comprendo que a través de este tipo de juegos, se consigue desarrollar otros niveles de aprendizaje, basado en la practica, en contraposición a la pedagogía tradicional. Pero lo que si es indudable, es que se deben prender las alarmas necesarias, pues es evidente que dicho entretenimiento puede llegar a constituirse en un vicio, principalmente para nuestra juventud, generando en consecuencia, una problemática social y de salud.
No perdamos a nuestros niños por la fácilidad que nos da el dejarlos a cargo de un videojuego.
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