El Día que Conocí a un Cacique
Son las 11 de la noche y estoy dando un
repaso a las noticias por internet, todo lo abarca la muerte de Diomedes Díaz.
Siento nostalgia, es como si se hubiera ido alguien muy cercano. Finalmente
como vallenato que soy, con sus canciones ha estado presente en los momentos
más especiales y de mayor emotividad de mi familia. Observo alguno de sus
videos. Encuentro en lo repasado la máxima expresión de su talento en medio de
una puesta en escena rara y poco convencional, propia de alguien que nació para
hacer y decir cosas poco comunes.
Después de ver la variopinta muestra
audiovisual, quedé en silencio y medité en lo desmejorado que lució Diomedes en
sus últimos años. Recordé como hace muchos años en Valledupar, a principios de
los noventas, en pantaloneta, descalzo y sin camisa, me encontraba debajo de un palo de mango
disputando con mis amigos la vuelta a Colombia con bolita uñita. (Juego que
consistía en hacer una angosta canaleta en la tierra, saturada de curvas, y con
las bolitas de cristal se competía por ver quién llegaba primero a la meta sin
salirse del carril), cuando alguien a todo pulmón vociferó mi nombre. No tuve
inconvenientes en reparar que se trataba de la misma voz de quien en ocasiones,
se convertía en una pesadilla castrense, sobre todo cuando se advert ía
con una ramita pelá de matarratón
en la mano, pero para mi fortuna
en esa oportunidad el tono era considerablemente amistoso.
Era mi tía Marta, que quería que le
hiciera el favor de ir a la Caja Agraria a pedirle el saldo de la cuenta. Era
una tema de casi todos los días y a este pecho por lo general, a pie ó en
bicicleta le correspondía hacer un recorrido de casi media ciudad para buscar
el bendito saldo. Me ordenó que me bañara y cambiara para que le hiciera el
mandado. Cuando estuve listo tomé mi gloriosa Monareta niquelada tipo cross,
(esa que atrevidamente regaló mi papá años después) y me fui a cumplir la
importante misión familiar de traerle el saldo a mi tía.
Me puse mi suéter favorito, era alusivo a
la gaseosa Fanta Naranja y lo había
ganado tres días antes entregando en un camión tapas de la bebida. Me encantaba
porque era de tela satinada y los colores de la publicidad resplandecían.
Además cuando lo llevaba puesto montado en la bicicleta y la brisa sacudía,
podía sentir la caricia de la prenda en mi piel.
El camino fue sin contratiempos. Acomodé
la bicicleta en un poste diagonal a la entidad bancaria y le puse la cadena de
seguridad. Sudado entré al banco ubicado en el primer nivel del que sigue
siendo el edificio más alto de Valledupar con 14 pisos. Como mi tía tenía un
amigo cajero no me tocó hacer fila, solo me acerqué, le entregué un papelito
firmado por ella en donde se leía la solicitud del saldo y quedé a la espera de
la devolución del mismo con la cifra anotada. Pero ese día hubo un
inconveniente con el sistema y de pie, a un lado de la caja me tocó quedarme
más tiempo de lo normal y mientras aguardaba, llegó a donde estaba nada más y
nada menos, que el cantante de vallenatos más famoso del momento, Diomedes
Díaz.
Saludó
a todos con afecto, le respondí con una sonrisa nerviosa. Cruzó palabras
con el cajero de al lado; también
tendría que esperar, por lo que se quedó de pie a mi lado. Era la primera vez
que lo veía en persona lo cual me produjo profusa emoción, recordé que en la
familia hablaban de la amistad que tenía con mi abuela, me llené de coraje y le
pregunté si la conocía. Sin dejar su amplia sonrisa no solo me dijo que la
conocía, también señaló que le tenía mucho cariño. Pocos minutos después
regresaron los cajeros y al primero que despacharon por supuesto fue al
cantante, que iba por lo mismo que yo, a buscar el saldo. Cuando le dieron el
papelito, se despidió con el desparpajo y la alegría que siempre lo ha
caracterizado y tomándome por el hombro me dijo, “mijo… me saludas a Ocha”, y se marchó.
En el camino de regreso no sentía las pedaleadas,
iba embebido de la emoción de haber hablado con el gran Diomedes Díaz, y el
suéter de Fanta que él había tocado a
penas llegué a la casa me lo quité y no permití que lo lavaran nunca más. Yo
tendría unos 12 años.
En el barrio Sicarare donde nací,
todo giraba en torno a la música, mi abuelo que es compositor vallenato
vivía a 2 casas; en la esquina un
guitarrista de un conjunto; en la otra esquina un acordeonero; y en la
otra cuadra un cantante y todos, absolutamente todos, los muchachos de esa época
queríamos ser cantantes como Rafa ó Diomedes, u acordeoneros como Juancho e
Israel.
La música de aquellos años era sublime,
niños y adultos aprendíamos las canciones y con ellas explorábamos y nos
aproximábamos a diferentes expresiones del sentimiento, la literatura poética y
narrativa era una constante. Podíamos transportarnos a esos lugares
maravillosos al lado de nuestros ríos, donde “las mariposas al ver la belleza de las mujeres detenían el vuelo y se
convertían en flores y los árboles sucumbían y se inclinaban ante los encantos del amor”.
El de ese tiempo es el Diomedes que
prefiero recordar.
Mi Adorado primo no imaginas lo que disfruto tus escritos! ya que mas que historias plasmadas llevan tu corazón completo, escribes con mucho sentimiento. al leer es fácil para mi trasladarme a ese tiempo, momentos de nuestra hermosa infancia, momentos que son tan especiales y por supuesto muy chistosos (óyeme pero has disfrutado tanto la vida que nada se te olvida). pero estoy de acuerdo con la apreciación que haces acerca de Diomedez, tristemente nuestro folclor esta en decadencia. te amo mucho!!!
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