Cuando el frito se viste de seda




Siempre las noches repletas de gente en la terraza de mi casa. Nos acostumbramos a interactuar con el pueblo, allí, alrededor de la mesa de fritos de mi abuela y mi mamá estaba el mundo; no necesitábamos televisión, radio ó prensa, (el internet no existía). Bullía la información del día a día y también pululaban las oportunidades.

Y no era para menos, las arepas con huevo, carimañolas, empanadas,  papás rellenas, que preparaban mis mujeres no tenían punto de comparación y ni qué decir del suero, del guacamole natural o picante disponibles como acompañamiento. Esa mezcla era de otra galaxia, una explosión de exquisitez en el paladar, que en cualquier mortal solía dejar una huella imperecedera que hacía que tuvieran que volver al puesto de fritos una y otra vez.

Pero aunque la ciudad entera pasara por el frente de mi casa en la noche, nunca el dinero era suficiente para los interminables requerimientos de los gastos familiares y en especial en aquella época, porque ellas estaban obstinadas con celebrarme el quinceañero. Tenían comprado los vestidos de todas para la exclusiva ocasión, faltaba definir lo de la decoración, la comida y las bebidas que se servirían a familiares y amigos. Decían que esa fecha era definitiva en la vida de una mujer y por nada del mundo la dejarían pasar como un cumpleaños más. Querían que fuera algo realmente especial y hermoso para mi; por esa razón, habían alargado los turnos de las ventas diarias de fritos por dos horas más, pues la fecha se acercaba y aún no lograban cumplir con el presupuesto que ameritaba el festejo. Lo hacían por mi y a pesar de mi renuencia, eso me conmovía hasta las lagrimas. Eran testarudas, yo le restaba importancia a la celebración, pero ellas insistían y se molestaban por mi actitud, y para colmo, tampoco me dejaban ayudarles en la mesa de fritos, decían que mi única responsabilidad era cumplir con mis deberes académicos.

Pero les mencionaba que alrededor de esa mesa en la terraza de mi casa manaban oportunidades y en efecto una de ellas llegó. Un cliente asiduo, mientras se embutía con una humeante papá rellena de carne, y atiborrada de guacamole picante, balbuceó a mi mamá:

- Deberían presentarse en el Festival del Frito, puedo ayudarles con un espacio para que monten todo, estoy en el grupo organizador del evento. Es del 25 de Enero al 3 de Febrero, 10 días en los que se venden miles de fritos. Les podría ir muy bien.

Y refirió unos números que en definitiva dejaban ver el gran negocio  que era participar en el Festival y al tiempo evidenciaba el gusto de los cartageneros y visitantes, por la comida rica en azúcares y grasas saturadas. Y es que la mesa de fritos tiene un poder letárgico, frente a ella poco importaba los riesgos que dichos alimentos pudieran  ocasionar a la salud.

Mi mamá y la abuela lo conversaron esa noche, concluyeron que era una responsabilidad muy grande, pero que podría ser muy beneficiosa para la casa, entendiendo la situación económica. Además les daba tranquilidad saber que la alcaldía facilitaría la logística para su participación; todo lo que vendieran era para ellas. La decisión de entrar en el festival no demoró mucho.

La noche  de apertura del Festival fue un éxito rotundo, hubo un concierto musical y unas emotivas palabras del alcalde de la ciudad y cientos de fritos vendidos. La verdad era emocionante, nos sentíamos lindas empresarias con nuestros ampulosos delantales llenos de colores y bellos dibujos. Mi abuelita era una guerrera; esos días del festival trabajó como una mula y nunca se vio cansada. Como la de la sazón era ella, debía dejar cada mañana lo que se vendería, con el apoyo de una prima, de noche en la casa, y luego salir para el festival a preparar los fritos del evento.

El último día del festival, es decir, a tres días de mi quinceañero, llegó a nuestro puesto el amigo que trabajaba en la alcaldía y quien nos había conseguido el cupo en el festival, esta vez con otra propuesta; al día siguiente se casaría la hermana del alcalde y querían poner durante el festejo una mesa de fritos.

- Lo único especial de la misión señoras, es que no pueden ir con los delantales de la alcaldía para evitar líos y especulaciones. Deben vestirse muy elegantes…

Otra vez en la sala de la casa mirándonos las caras.

-       Mija lo que nos ofrecen es una paga casi igual a todo lo que ganamos durante los diez días de trabajo en el festival, creo que tampoco hay mucho que pensar.

-       Mamá no tenemos ropa para ir a un matrimonio tan pomposo, así sea a vender fritos. Y no es ningún negocio, para cumplir ese compromiso, gastarnos la plata en ropa,  que además no nos pondremos más.

-    Pues en ese lugar nadie nos conoce, solo es una noche y la paga es buena, creo que vale la pena que hagamos un sacrificio mayor. Nos han brindado la oportunidad de estar ahí, creo que si hacemos las cosas bien, en adelante nos tendrán en cuenta. Nos exigen que vayamos con vestidos elegantes… casualmente en casa las tres contamos con vestidos muy elegantes… no sé, pienso yo.

En ese momento mamá y yo nos miramos y al tiempo pronunciamos un  enérgico,

-¡No¡, ¡los vestidos del quinceañero no¡.

Cómo es la vida, ahora después de tanto tiempo y gracias al esfuerzo de mis mujeres, soy yo quien tiene que decir las palabras de apertura de un nuevo Festival del Frito en Cartagena.


Así que todos, a disfrutar de los manjares de nuestra tierra, que son dadores de oportunidades. Y recuerden, después de la licencia de los diez días del festival, a seguir en casa con planes de alimentación rica en frutas, verduras y cereales, combinado con periodos diarios de ejercicios.

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