En Busca de Mayapo





Ayer redescubrí a la Guajira. No sabía que existía tal cual es.

Por primera vez en mi vehículo tomé la ruta del Departamento del Magdalena que bordea la Sierra Nevada de Santa Marta para llegar a Riohacha, lugar de transito de nuestro objetivo final, que era la ampliamente  recomendada playa de Mayapo en la Guajira.  Nos encontramos, con un camino lleno de contrastes de acuarelas jubilosas entre mar y montañas que hacía placentero el viaje.

En la proximidad de Riohacha me intranquilizó pensar en los últimos acontecimientos violentos producidos por el apresamiento del Gobernador guajiro, sin embargo concluí rápidamente que por el contrario, por todo lo que estaba ocurriendo el tema de seguridad, por lo menos por esos momentos, debía estar controlado.

Al entrar en la ciudad llamé a mi amigo para acordar un punto de encuentro, me pidió  que lo esperara en la primera estación de gasolina que encontrara, pero para ese momento ya estaba adentrado en la urbe y no me había percatado de cuantas estaciones había sobrepasado. Paré en la primera que vi  y en la fachada del establecimiento reparé su nombre de letras grandes y luminosas. Lo llamé de mi celular que ya estaba al borde de la descarga para decirle que me encontraba en la estación de gasolina  “Ayataguacoop”,  trató de contestarme algo pero mi  celular feneció.

Quedé con la tranquilidad de haberle dicho el nombre de la estación. En la bomba un grupo de hombres miraba con prevención al auto que se mantenía en espera  con motor encendido por el uso del aire acondicionado y con luces estacionarias activadas. Me intranquilizó un poco la atención despertada en esos desconocidos y moví el auto al otro extremo de la gasolinera. Mi amigo comenzaba a demorarse.

Cuando por fin llegó, le pregunté las razones del retardo y me manifestó en tono jocoso, que la señal que le había suministrado había resultado insuficiente, en razón a que todas las estaciones de gasolina de Riohacha tienen el mismo nombre, pues es la denominación comercial de la única distribuidora.

Fuimos a casa de mi amigo, dejamos el equipaje y nos ubicamos para departir en el lugar icónico de la capital Guajira, el camellón de la primera. Allí recibimos el ocaso,  ambientados como  en todos los rincones del recorrido,  por vallenatos clásicos; nunca faltó la voz de Diomedes, Villazón y  Oñate en los carros con placas venezolanas que hacían alarde de sus modernos equipos de sonidos. Y aunque la situación era propicia para un buen rato de esparcimiento, tenía la intranquilidad de saber que si me tomaba un trago de whisky ó una cerveza, en cualquier esquina de seguro me toparía con algún reten de policía haciendo pruebas de alcoholemia. De todos modos me tomé la cerveza, ya mis compañeros llevaban tres cada uno, así que la preocupación fue mayor, no podría irme hasta que pasara una hora y mi cerveza fuera historia en mi organismo.  

Cuando comenzaba a caer la noche aparecieron con botella de licor en mano, un grupo de hombres ebrios, exhibían sin pudor muestras  de afecto y pasiones desmedidas entre ellos, lo cual asustó a más de un desprevenido, sobre todo por la presencia de niños que jugueteaban en la zona del nuevo mobiliario que engalana ese lugar. Comprendimos entonces que era el momento propicio para nuestra retirada, además, a esa hora ya el agotamiento se manifestaba.

Al día siguiente el grito de “tortuga frita” me levantó antes de ocho. Alguien a todo pulmón ofrecía en venta el característico alimento de esa zona del País. Estuve tocado por las ganas de llamar al vendedor, pero llegó a mi pensamiento esa confrontación que he descubierto me sacude en reiteradas ocasiones y que es común entre los habitantes de ciudades con inclinaciones cuadriculadas y extremas en las que cada paso dado tiene que tener un permiso de autoridad competente; que te multan si no respetas los horarios para sacar la basura de tu casa, que te multan si lavas el carro en el frente de  tu casa, que te  multan si te vuelas el rojo del semáforo (aunque previamente hayas verificado que no viene nadie a las 3 de la madrugada), que te multan si te pasas de 30, 40, 60, 80 kph,  etc, etc,  es decir  tenía la disyuntiva de ¿será que si como tortuga cometo un delito?, ¿recibiré un castigo humano ó sagrado?, cuando reaccioné de mis dubitaciones ya el vendedor era un recuerdo. Lo cierto es que salí del cuarto a desayunar y cuando llegué al comedor la esposa de mi amigo anfitrión me tenía un exquisito plato de tortuga frita con bollo limpio en la mesa. La degusté con remordimientos, estaba deliciosa pero esa sensación de estar haciendo algo prohibido persistía. Meditando en lo anterior llegué a la conclusión de que la ciudad donde vivo me tenía un poco esquizofrénico, por no decir jodido, pues desde que había llegado a la tierra wayuu no había parado de preguntar y alucinar con cámaras de tránsito. Pero finalmente entendí que no en todas partes el estrés por cumplimientos normativos de políticas nacionales, departamentales ó locales mortificaba a todo el mundo.

En la ciudad todos hablaban del hecho lamentable de un ahogado que había amanecido esa mañana en la bahía de la primera, se me dio por pensar que podría ser uno de los miembros del grupo de jóvenes observados la noche anterior, pues se advertían consumados por el alcohol y recordé a dos de ellos caminando hasta la playa.

No obstante lo anterior, seguimos con nuestro itinerario del día. Nos fuimos para el lugar que había sido la razón de nuestro viaje. Mayapo es una alucinante playa con mar cristalino verde esmeralda y de aguas tibias que es capaz de embelesar  al más parco de los mortales. Allí la atención toda corre por cuenta de indígenas nativos de la región, que fungen como gigantes guardianes determinados a proteger esa porción de tierra y mar la cual reconocen como la herencia sagrada de sus más antiguas generaciones. 

Pasamos un día llenos del éxtasis que produce estar en presencia de una sobrenatural obra sublime. Habíamos encontrado un mundo desconocido y hermoso a 20 minutos de Riohacha, el cual prorrumpía como complemento perfecto para hacer de la guajira un pedazo de tierra de ensoñación.

Si, puede parecer cursi lo que escribo, pero es inevitable,  de eso me llenó el estar en Mayapo, de cursilería. Ó de repente la cursilería surge porque me  están ocurriendo cosas con la Guajira, estoy sintiendo una conexión especial con ese terruño que me gusta. Quizá por ello, sin ser un visitante permanente y desconociendo gran parte de su geografía terminé ambientando parte de mi última novela que tendrá por titulo “La Seducción de la Hamaca” en esa tierra. Finalmente es la tierra de mis ancestros.

Cuando regresamos a Riohacha,  al llegar a la casa de mi amigo para descansar, nos estaba esperando la policía, mi amigo y su esposa tenían ordenes de captura por contrabandistas.



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